Cómo te recuerdo, cómo les recuerdo…
Sí tintero y pluma tanto tiempo atrás, cuando me
acompañaban en esas noches de luna, en una vieja mesa de madera pegada
a la ventana y yo, con los dedos manchados por tinta negra chorreante,
confundida con mi piel, blanca, siempre blanca sin darme los rayos del
sol, y así parecía un ligero pero muy siniestro color índigo.
Esas noches en las que abría aquella ventana en la
torre, y entonces sentía el frío atemorizante, y las palabras recorrían
esa mesita, escondiéndose de las gotas hirvientes de cera que iban
cayendo sobre ella, una y otra vez, pareciera que al mismo ritmo, al
compás de alguna imagen que hubiera creado una melodía. Eso se veía,
las imágenes provocaban esos sonidos en mi mente, ahora recuerdos en
mis pensamientos.
La noche era siniestra y tétrica, no había nadie,
pero yo estaba acompañada por ellos, por tintero y pluma, por hojas de
papel, de varios tipos, incluso en algunos cajones guardaba pergaminos
enrollados de lo que ahora serían mis borradores y mis sellos, tan
notables con las iniciales de mis apellidos. Pero nadie sabía que yo
estaba ahí. Todos pensaban que hacía mucho tiempo había muerto.
Y en realidad así había sido y lo que eran los lujos
y las fiestas en aquellos salones de espejos como las demás ilusiones
se habían convertido en añoranzas. Como todo lo demás. Los palacios se
habían destruido por guerras, por luchas, y yo siempre escondida sin
poder alcanzar la luz del sol.
Todo había quedado deshecho, las paredes se habían
venido abajo y lo que antes era opulencia ahora estaba reducido a
cenizas maltrechas.
Había pasado ya mucho tiempo y me dolía tanto ver la
destrucción que estaba a mi alrededor, que no podía con ello, mi laúd
tenía las cuerdas rotas y estaba en un rincón de esa torre, negra,
mohosa, con una sola ventana, abandonada, sin una puerta, en realidad
no sabía como había llegado ahí, supongo que cerraron todo lo que
vieron que no tenía destino alguno.
Desperté en esa noche, cuando el viento abrió de par en par las corroídas ventanas y el frío me abarcó toda entera.
Fue entonces cuando caminando tambaleándome, llegue
hasta esa mesa y vi todo aquello que era mi vida, que ahora es mi
pasado, vi mis manos todavía manchadas por esa tinta y restos de polvo
de zinc, para secar los escritos que mandaba. Y ahora lloraba y no lo
podía detener, me dolía tanto recordarlo, ver lo que me hacía tan
feliz, la música, mis escritos, aquellos viejos libros que estaban en
otra recóndita esquina, formaron una etapa de mi vida, eran regalos de
alguien que fue importante en esa época, ahora no había luz, todo era
resquebradijo, gris, negro, con mucha humedad y frío y el viento helado
no dejaba de golpear una y otra vez.
Todo dolía, dolía el despertar y encontrarme con
aquello, que fuera mi gran ilusión, que fuera mi felicidad, que fuera
mi vida entera, dolía, dolía mucho a pesar de ser simples recuerdos.
Me dolía estar muerta en vida, no poder salir y ver
que en dónde me encontraba era una habitación en circulo, sin una
salida, mas que esa vieja ventana, donde tantas veces estuve en aquella
mesita, escribiendo, sólo inspirándome en lo que veía, en lo que
sentía, en la pasión y amor que tenía, a todo y a todos, cuando había
flores en aquellos jardines, esos rosales sembrados sólo para mi. Ahora
la tierra negra y estéril.
De repente entró el viento más fuerte y con él se
llevó varias hojas que estaban a medio escribir, de las cuales no se
notaba ya casi nada, a causa de las lágrimas que habían manchado el
propio papel mezclándose con la tinta.
Ya no me dolía tanto, me dolía más el recordar, el
vivir ese presente que no sentía mío, sin embargo sentía que pertenecía
a ese lugar más que a ninguno, porque hacía mucho, mucho tiempo, eso
había sido mi felicidad, pero estando encerrada, sin poder salir a la
luz del sol que era mi muerte y habiendo perdido tanto tiempo, ¿cómo
podría recuperar una felicidad de tal magnitud?
Estando sola, sin apoyo, sin fuerzas, pero queriendo salir adelante…
Ya viviendo, despertando, entre recuerdos y con
miedo, con las ruinas de un castillo dónde solo se erguía una torre, en
la que parecía había una maldición, en la que me encontraba yo, de
nuevo.
Viva
Porque bien dicen que recordar es vivir, aunque muchas veces es tremendamente doloroso.