¡POR FIN! Me gusta Gran Hermano
Con permiso de mi admirado y nunca suficientemente valorado Gus -un abrazo enorme, compañero- hoy voy a hablar de Gran Hermano 11. Y voy a hablar bien.
Con vuestra venia, antes de hacerlo voy a reconocer que había intentado engancharme al programa en todas sus anteriores ediciones, sin ningún éxito, más bien con tremendo cabreo: he visto todas las galas inaugurales del concurso y en todas me asaltaba la misma airada pregunta: "Si me he pasado toda mi vida tratando de mantenerme alejado de gentuza, ¿por qué coño voy a permitir que se me metan estos en casa a través del televisor?"
Pero esta edición, de momento, me parece diferente. No porque los concursantes me interesen, sino porque la dinámica del juego me parece fantástica, porque esa idea de meter un Gran Hermano dentro de Gran Hermano, promover la simulación, ejecutar unos interesantes juegos de espejos y hacernos ver el programa desde el filtro de otros que ven el programa sin filtros, me gusta una barbaridad, me parece un tour de force admirable que puede dar mucho de sí sin necesidad de generar conflictos artificiales.
Aunque le veo dos peros: uno, que con esta nueva dinámica, el personaje de Mercedes Milá pueda dejar de ser lo mejor del concurso y convertirse más en un lastre que en un catalizador como lo ha sido en anteriores ediciones, tan latosas que lo más interesante era ella. Y dos, que los guionistas no confíen en la potencia de su nueva fórmula y vuelvan a recurrir a las argucias marrulleras de otros años.
A mí, de momento, me entusiasma lo que llevo visto. A ver cuánto me dura.