por Manxega Lun Dic 21, 2009 3:41 pm
CUENTO TRISTE DE NAVIDAD, O LO TRISTE ES QUE NO ES UN CUENTO.
Cuando subí al coche
empezaba a anochecer. No era muy tarde pero la noche llegaba pronto en
los días de diciembre. Esperaba no encontrar atasco como ocurría los
viernes cuando tanta gente salía de la ciudad a pasar el fin de semana
fuera. Al principio la
circulación era muy densa, pero fluida. Mucha gente volvían hacia sus
casas después de tomar algo con los compañeros de trabajo para celebrar
la navidad.Él también se había quedao a comer después del trabajo y
estaría tomando algo. ¿Puedes ir tu a buscarla? me preguntó el día
anterior. Si vas tu, no tendré que tener cuidado con la bebida. Cuando me incorporé a la autovía apenas había coches. ¡Bien! pensé, no tardaré mucho en llegar.Poco a poco el
paisaje fue cambiando. Desapareció la ciudad inundada de luces y me
encontré en una carreterá en la que la única luz era la de mi coche
y poquitos más que se cruzaban conmigo. Sin darme cuenta había llegado
al devío que me llevaría a mi destino. Giré a mi derecha y rodeé la
rotonda para incorporarme a la carretera comarcal. En unos minutos
estaría en la Residencia, y antes de lo que pensaba otra vez de vuelta
a casa. Poco después empecé a
extrañarme al no ver las luces de la Residencia a la izquierda de la
carretera ni las del restaurante de la derecha dónde a veces comíamos.
Parecía como si de pronto hubieran desaparecido,sólo había una
carretera oscura y solitaria como en las películas de terror. Pero
aquello no era una novela de Stefen King ni una película de Hitchcotkt,
y por supuesto, yo no estaba soñando. Sólo había una explicación; me
había pasado de mi destino. Sabía que el desvío lo había tomado bien,
¿como era posible entonces no ver el edificio de la Residencia de
ancianos y la cafetería, ni el del Restaurante del otro lado de la
carretera?.Sólo me quedaba
la opción de dar la vuelta y tener cuidado para no volver a pasarme.
Sabía aproximadamente a que altura de la carretera estaba
la Residencia, así que disminuí la velocidad y entonces sí, vi los dos
edificios a ambos lados de la carretera, pero no
como los había imaginado llenos de luces propias de las fechas en que
estabamos. El restaurante a mi izquierza no tenía ninguna luz, estaba
cerrado. Y respecto a la Residencia y cafetería, todas las luces
exteriores estaban apagadas. En el interior sin embargo si se veían
alguna de las estancias iluminadas.De pronto lo
comprendí, las luces de la ciudad son un reclamo más a todo lo que
rodea estas fechas, pero a quien le va a interesar en nochebuena
acercarse a un restaurante en la carretera, o a una Residencia de
ancianos.Cuando entré en la
Residencia había una pequeña luz en la recepción. Entonces una oleada
de soledad me pego de frente y se me metío por dentro encogiendome el
corazón. Allí estaba ella, esperando, sentada en una silla, con dos
ancianos más sentados también junto a ella. No había nadie más. Tras
una puerta semiabierta se descubría una sala decorada, y una cena
especial de navidad para los pocos ancianos que ya sabían que nadie
iría a buscarlos y pasarían alli la noche.No se si les habían
pedido que esperasen fuera, o fue deseo suyo, pero era una imagen
triste. Parecían sentados allí como si eso pudiera acelerar
la deseada llegada de ese familiar que les llevaría a compartir la cena
de nochebuena con ellos. Parecía como si temiesen que los familiares
pasesen de largo si no les veían sentados esperando, como cuando pasa
un autobús y sigue de largo porque la parada esta vacía.Ella se levantó
nerviosa. Recordé los nervios de la primera visita a la residencia que
parecían apagar el temor a no volver a vernos, el miedo por si la
habíamos dejado allí para olvidar que existía. - Estaba viendo que se
hacía de noche, creía que ibas a venir antes - me dijo. (¿cuanto tiempo
llevará aquí afuera esperandome?) Pensé. -¿No le ha dicho su hijo a que hora iba a venir? -le pregunté Al parecer no, aunque
se lo recordé a él se le olvidó decirselo cuando la llamó para decirle
que sería yo quien iria a buscarla. Estaba despistado últimamente.Esa noche, mientras
hacía la cena ella entró en la cocina y me dio un beso. Eres buena -me
dijo. Por fin (pensé) después de años de no gustarle esa chica bajita,
sosa, poquita cosa que estaba con su hijo, parecía empezar a ver otras
cosas fuera de ese aspecto exterior. Ninguna de las dos sabíamos en ese
momento que unos meses después
dejaríamos de vernos. Mi vida inesperadamente para mi, que me negaba a
ver lo evidente dio un giro inimaginable. Me encontré con otro tipo de
soledad, y recorde la imagen y la sensación que me produjo al entrar en
la Residencia de ancianos. Pero mi soledad era
distinta, estaba rodeada de puertas que antes no había podido o no
había querido abrir. Y al contrario de la soledad de los ancianos de
aquella noche con tan pocas o ninguna posibilidad de cambiar lo que
tenían al final de su vida, a mi se me presentaba un futuro muy
distinto. En esos momentos sólo de mi y de lo que hiciese a partir de
ese momento dependía que ese futuro fuese mejor que lo vivido hasta
entonces. Solo tenía que levantarme y empezar a abrir todas las puertas
que hasta entonces habían estado cerradas.