Cuervos La
montaña lloraba sangre mientras los lamentos de las ánimas que
pupulaban en peregrinaciones, tan sólo querían expiar sus culpas.
La acidez de sentimientos; de aquellos
que alguna vez sintieron placer ahora eran presas de sus propios
tormentos, del pasado que los condenaba sin darse cuenta de que ellos
mismos ataban esos grilletes en sus muñecas y tobillos.
El aliento de los suspiros se había
extinto y ahora sin aire que respirar, se encontraba un remolino salido
del propio cielo, de alquien que los vigilaba, quien en un grito hizo
que vidrios de las ventanas se quebaran y entraran por los ojos de los
tuertos; el mar sucumbió ante las plegarias y encolerado sacudió a la
montaña y a quienes se encontraban en ella. Las lágrimas de sangre
ahora eran ríos de fuego que la boca de la montaña que escupía con asco
y desilusión de lo que había pretendido ser o tener.
Todo había sido una farsa; la peor de
las farsas era haberse encontrado con quienes cometían esos “errores”
los mismos que disfrutaban de tales y después afligidos se flagelaban
con coronas de espinas y látigos; los mismos que antes habían usado, no
sólo en sus fantasías.
La tempestad se desató ante la furia de
los dioses y así hizo desaparecer la montaña para no hacerla sentir
nunca más y como en otras civilizaciones quedó recordada, cómo lo que
fue, por sus habitantes, por sus hábitos y por la maldición que los
tenía más que hundidos en el mar de lava, carcomidos por gusanos y con
la carne hervida por el arrepentimiento y los pensamientos del “…Y si
hubiera…”.
Pero no hubo más rendición, ni escape,
todo se hundió y esas almas afligidas quedaron apagadas, calladas como
las flamas de las velas en los candelabros que nunca más se utilizaron
para la última cena.
Lo que se recuerda es la montaña,
aquella montaña llamada de Los Cuervos, de esas almas con caretas y
disfraces, sin luz, de esas mismas que aprovechando su ventaja, hundían
sus deseos en lo profundo de otros ojos, mientras el viento sólo
arrebataba llantos y clamos, súplicas que ahora sólo se escuchan en
tardes, cuando alguien busca el arrepentimiento de aquello que sabe que
hizo mal, cuando recuerda a la montaña sangrante, cuando los cuervos
por sueños le persiguen.
Cuando los cuervos surcan los bosques y
las colinas croacando… asustando a los arrepentidos. Haciendo memoria
de lo que un día pasó, y de lo que podía pasar; de ese miedo que muchos
tienen, pero que no se atreven a enfrentar.
Mirar a un cuervo en ese camino,
mirar sus ojos de fuego, su brillante plumaje, temblar de miedo y no
bajar la mirada, pues puede que sea una de esas ánimas y te lleve a las
tinieblas y te impida disfrutar de los placeres que disfrutarás; tal
vez, si llegas a estar vivo, de nuevo.