Doña María Coronel
Este nombre evoca en Sevilla una calle casi rectilínea no muy estrecha, un paseo de casas señoriales, de achaparrados naranjos que la concluyen sin interrupción en armoniosa simetría. Se prolonga en un caprichoso recodo para desembocar en la sonora Peñuelas y cruzarse con el veintiquatro Bustos Tavera.
Esta es la imagen que obtendremos si nos adentramos en ella desde la plaza de San Pedro, una vez doblada la esquina de la parroquia del clavíjero.
Pero es probable que nuestra andanza se vea interrumpida al ver un desvencijado portón en una agrietada fachada. Nuestra curiosidad nos adentrará en un pequeño patio a cuya mano derecha se encuentra la fachada de la iglesia, y al fondo el torno de donde emana un olorcillo de bollitos, cortadillos y pastas. Es el Real Monasterio de Santa Inés.
Ese nombre evoca en Sevilla, un episodio extraordinario pero significativo del reinado de Pedro I en el siglo XIV. Sí, aquel rey que despertara simpatías o temores y por eso en la Historia se le conoce como Pero Gil, el Cruel o el Justiciero (Felipe II ordenó el cambio de mote). El mismo rey, que de Burgos a Montiel, pasó media de su corta vida en Sevilla, dejándonos el Palacio mudéjar de los Reales Alcázares y un reguero de variopintas leyendas ocurridas aquí, como sin par demostración de su personalidad.
Es el nombre de una dama sevillana que se autodesfiguró el rostro en defensa de su honra ante el acoso sufrido por Pedro, por muy rey que fuera. Hay cosas que no desaparecen, por desgracia.
Nacida en el año 1334 en la calle Arrayán, pronto envuelta en las luchas nobiliarias rivales según a qué rey se apoyaba, en el ocaso del medievo peninsular, como hija mayor de Alfonso Fernández Coronel y como esposa del infante Juan Alfonso de la Cerda (*).
retrato de Joaquín Domínguez Bécquer
Su padre era un activo noble castellano que incrementó sus tierras y títulos al apoyar a la favorita del rey Alfonso XI, la también sevillana Leonor de Guzmán. Su esposo era miembro de una poderosa familia como línea primogénita y desheredada descendiente de Alfonso X el Sabio.
Ambos caerán en desgracia a la muerte de Alfonso XI, una vez que la reina viuda, María de Portugal, se venga de su rival, la favorita Leonor, mandando prenderla y asesinarla. El nuevo rey Pedro I, el único hijo legítimo, accede al trono. Pese a haber sido criado por su madre en el odio a la amante del padre, a los tres días de su boda con Blanca de Borbón, se une a María de Padilla.
Mientras, la nobleza castellana se subleva encabezada por el hermanastro Enrique de Trastámara. Siendo éste, hijo de Leonor de Guzmán, la familia de nuestra protagonista se alía directamente, enfrentándose con el monarca. En estos momentos, doña María Coronel se encuentra en tierras cordobesas de Aguilar de la Frontera (**), donde su padre y esposo luchan en un episodio más de la guerra civil. Los acontecimientos se precipitan: muere el padre, el marido de su hermana Aldonza huye y la deja en Sevilla. El rey se encapricha de ella y la aloja en la Torre del Oro. Pero su cuñado, el marido de doña María la defiende. Es apresado por el rey y este marcha al norte donde siguen las sublevaciones. Enterada María, se dirige al campamento real para solicitar clemencia. Sin saber que, decapitado su marido, ya era viuda.
Retorna sola a Sevilla, sin familia ni posesiones. Pero tiene algo que el capricho y empecinamiento del rey quiere obtener: su extraordinaria belleza. Comienza a hostigarla. Ella decide retirarse a la ermita de San Blas, en las inmediaciones de Omnium Sanctorum hasta que finalmente ingresa en el convento de Santa Clara. El rey la persigue. En una de las ocasiones, las monjas la esconden en unos lagares y en el lugar florece un perejil. Pero el rey no se da por vencido, a cada negativa aumenta su ira por los desaires y pese a que ya ha profesado irrumpe en el convento con su guardia. Ella se refugia en la cocina pero nada detiene al rey. Entonces toma una sartén y se arroja aceite hirviendo a la cara. Su rostro queda desfigurado para siempre. Se ha marchitado su belleza y logrará que Pedro la olvide. Este queda conmocionado por el arrojo de ella y convencido por María de Padilla, decide devolverle sus posesiones.
Pero no será hasta el reinado de Enrique II, que mata a su hermanastro e inicia la dinastía de los Trastámara, cuando eso ocurra y podrá doña María recuperar las posesiones familiares, entre ellas las casas del viejo palacete de los Coronel a la espalda de la Morería. Pudo por fin cumplir sus deseos de fundar un convento, de Santa Inés en 1376, del que fue la primera abadesa. Murió el 2 de diciembre de 1409 (recientemente se ha corregido la fecha de 1411).
Pasados los siglos, en ese convento las gentes se arremolinarían cada Misa del Gallo con tal de oír la celestial música que arrancaba de su órgano el viejo Maese Pérez, como nos relató Bécquer en su leyenda.
Y con el tiempo, las hermanas quisieron colocar los restos de la priora, que descansaba con los de su marido y una hija de corta edad, en un lugar más visible de la iglesia. Cuando lo abrieron en 1696 contemplaron maravilladas el cuerpo incorrupto de doña María Coronel. En la actualidad se ha verificado la autenticidad de las quemaduras que corresponden a aquel siglo.
Este nombre evoca en Sevilla una calle casi rectilínea no muy estrecha, un paseo de casas señoriales, de achaparrados naranjos que la concluyen sin interrupción en armoniosa simetría. Se prolonga en un caprichoso recodo para desembocar en la sonora Peñuelas y cruzarse con el veintiquatro Bustos Tavera.
Esta es la imagen que obtendremos si nos adentramos en ella desde la plaza de San Pedro, una vez doblada la esquina de la parroquia del clavíjero.
Pero es probable que nuestra andanza se vea interrumpida al ver un desvencijado portón en una agrietada fachada. Nuestra curiosidad nos adentrará en un pequeño patio a cuya mano derecha se encuentra la fachada de la iglesia, y al fondo el torno de donde emana un olorcillo de bollitos, cortadillos y pastas. Es el Real Monasterio de Santa Inés.
Ese nombre evoca en Sevilla, un episodio extraordinario pero significativo del reinado de Pedro I en el siglo XIV. Sí, aquel rey que despertara simpatías o temores y por eso en la Historia se le conoce como Pero Gil, el Cruel o el Justiciero (Felipe II ordenó el cambio de mote). El mismo rey, que de Burgos a Montiel, pasó media de su corta vida en Sevilla, dejándonos el Palacio mudéjar de los Reales Alcázares y un reguero de variopintas leyendas ocurridas aquí, como sin par demostración de su personalidad.
Es el nombre de una dama sevillana que se autodesfiguró el rostro en defensa de su honra ante el acoso sufrido por Pedro, por muy rey que fuera. Hay cosas que no desaparecen, por desgracia.
Nacida en el año 1334 en la calle Arrayán, pronto envuelta en las luchas nobiliarias rivales según a qué rey se apoyaba, en el ocaso del medievo peninsular, como hija mayor de Alfonso Fernández Coronel y como esposa del infante Juan Alfonso de la Cerda (*).
retrato de Joaquín Domínguez Bécquer
Su padre era un activo noble castellano que incrementó sus tierras y títulos al apoyar a la favorita del rey Alfonso XI, la también sevillana Leonor de Guzmán. Su esposo era miembro de una poderosa familia como línea primogénita y desheredada descendiente de Alfonso X el Sabio.
Ambos caerán en desgracia a la muerte de Alfonso XI, una vez que la reina viuda, María de Portugal, se venga de su rival, la favorita Leonor, mandando prenderla y asesinarla. El nuevo rey Pedro I, el único hijo legítimo, accede al trono. Pese a haber sido criado por su madre en el odio a la amante del padre, a los tres días de su boda con Blanca de Borbón, se une a María de Padilla.
Mientras, la nobleza castellana se subleva encabezada por el hermanastro Enrique de Trastámara. Siendo éste, hijo de Leonor de Guzmán, la familia de nuestra protagonista se alía directamente, enfrentándose con el monarca. En estos momentos, doña María Coronel se encuentra en tierras cordobesas de Aguilar de la Frontera (**), donde su padre y esposo luchan en un episodio más de la guerra civil. Los acontecimientos se precipitan: muere el padre, el marido de su hermana Aldonza huye y la deja en Sevilla. El rey se encapricha de ella y la aloja en la Torre del Oro. Pero su cuñado, el marido de doña María la defiende. Es apresado por el rey y este marcha al norte donde siguen las sublevaciones. Enterada María, se dirige al campamento real para solicitar clemencia. Sin saber que, decapitado su marido, ya era viuda.
Retorna sola a Sevilla, sin familia ni posesiones. Pero tiene algo que el capricho y empecinamiento del rey quiere obtener: su extraordinaria belleza. Comienza a hostigarla. Ella decide retirarse a la ermita de San Blas, en las inmediaciones de Omnium Sanctorum hasta que finalmente ingresa en el convento de Santa Clara. El rey la persigue. En una de las ocasiones, las monjas la esconden en unos lagares y en el lugar florece un perejil. Pero el rey no se da por vencido, a cada negativa aumenta su ira por los desaires y pese a que ya ha profesado irrumpe en el convento con su guardia. Ella se refugia en la cocina pero nada detiene al rey. Entonces toma una sartén y se arroja aceite hirviendo a la cara. Su rostro queda desfigurado para siempre. Se ha marchitado su belleza y logrará que Pedro la olvide. Este queda conmocionado por el arrojo de ella y convencido por María de Padilla, decide devolverle sus posesiones.
Pero no será hasta el reinado de Enrique II, que mata a su hermanastro e inicia la dinastía de los Trastámara, cuando eso ocurra y podrá doña María recuperar las posesiones familiares, entre ellas las casas del viejo palacete de los Coronel a la espalda de la Morería. Pudo por fin cumplir sus deseos de fundar un convento, de Santa Inés en 1376, del que fue la primera abadesa. Murió el 2 de diciembre de 1409 (recientemente se ha corregido la fecha de 1411).
Pasados los siglos, en ese convento las gentes se arremolinarían cada Misa del Gallo con tal de oír la celestial música que arrancaba de su órgano el viejo Maese Pérez, como nos relató Bécquer en su leyenda.
Y con el tiempo, las hermanas quisieron colocar los restos de la priora, que descansaba con los de su marido y una hija de corta edad, en un lugar más visible de la iglesia. Cuando lo abrieron en 1696 contemplaron maravilladas el cuerpo incorrupto de doña María Coronel. En la actualidad se ha verificado la autenticidad de las quemaduras que corresponden a aquel siglo.